Días: 21
Distancia: 1.770 km
Consumo: 342,1 kWh
Consumo medio: 193,29 Wh/km
Tarifa ejemplo: 0,121 €/kWh
Coste medio: 2,34 €/100 km
Se ha escrito mucho sobre la conveniencia o no de comprarse un eléctrico a estas alturas de la película, o esperar a ver qué pasa un poco más adelante con las baterías y los precios. Se ha escrito mucho también sobre el ahorro que suponen y la posible amortización del sobrecoste a base de recargar electricidad (mucho más barata) en lugar de repostar combustible. Es lógico que así sea porque lo que va a hacer el común de los mortales es sacar la calculadora y comparar.
Pero yo llevo tres semanas conduciendo un Nissan Leaf a diario y empiezo a pensar que el mundo podría estar equivocado. Tal vez me haya vuelto loco de tanto viajar en silencio, pero después de 21 días ya no tengo nada claro que lo de sacar la calculadora sea lo más adecuado. Está bien comparar pero ¿comparar con qué?
Desmontando el concepto de lujo a bordo de un Nissan Leaf
Érase una vez un coche cuyo silencio de marcha podría compararse al de un Rolls-Royce. El coche se desplazaba como por arte de magia, sin ninguna vibración y sin emitir ningún sonido, hasta que la velocidad introducía el murmullo del viento y un lejano sonido de rodadura en el habitáculo. Érase una vez un Nissan Leaf.
¿Cuánto vale el silencio? ¿cuánto pagarías por él? Después de tres semanas con este nivel de confort acústico, la ausencia de ruidos se ha colado entre mis prioridades como un objeto de deseo. Todo el que sube a mi Leaf se sorprende del silencio. Siempre que subo a otro coche lo encuentro antiguo y tosco, propulsado por pequeñas explosiones de combustible bajo el capó, que hacen girar un motor traqueteante y humeante.
Y luego está el rendimiento del motor eléctrico en sí, que podríamos descomponer en respuesta y eficiencia. Por lo que respecta a la respuesta al acelerador, el motor eléctrico es superior al motor de combustión por su propio mecanismo de funcionamiento, con electroimanes que se atraen y repelen alrededor de un rotor perfectamente equilibrado. Por lo que respecta a la eficiencia, el 90% de la energía que consume, se traduce en movimiento, así pues, ¿cómo se traduce todo esto a efectos prácticos?
Un motor eléctrico entrega su par máximo de giro prácticamente desde la primera vuelta y alcanza su potencia máxima a un régimen bajísimo (a partir de 45 km/h, en el caso del Leaf). Esto significa que disponemos de 80 kW (109 CV) de potencia máxima, que no parecen muchos, pero podemos hacer uso de todos y cada uno de ellos en cualquier instante. La sensación prestacional que se traduce de ahí es fantástica, con una aceleración desde parado que nos pega al asiento de un modo adictivo. Y silencioso. Eso es un lujo.
No hay caja de cambios, no hay embrague, no hay pérdidas de transmisión ni nada que resbale contra nada, ni siquiera un engranaje de marcha atrás que intercalar en la desmultiplicación (es el motor el que invierte el giro para retroceder). Toda la potencia se convierte en avance y una parte importante de la retención (tal vez hasta 1/3 en condiciones ideales) se convierte en regeneración de energía que vuelve a utilizarse. ¿No es eso otro lujo?
Volviendo al principio de la argumentación, un motor eléctrico es superior a uno de combustión por su propia condición de máquina no térmica sin piezas oscilantes y sin cambios de temperatura de importancia. Hasta puedes pisarle en frío todo lo que quieras, justo al arrancar por la mañana, porque el motor siempre está «frío».
Disponer de esa tecnología y la «calidad de transporte» que implica es un lujo, para mí ya no ofrece dudas. Así pues, ¿con qué comparamos un Nissan Leaf, para ser justos? ¿con un Bentley? ¿con un Ford Fiesta? ¿con un Golf circulando todo el tiempo en reserva? La pregunta es más difícil de lo que parece, porque sólo otro coche eléctrico con sus mismas ventajas, peculiaridades y grandes limitaciones podría compararse en pie de igualdad.
Conducir un coche eléctrico sólo se puede comparar con conducir otro eléctrico. Todo lo demás son cálculos de coste por kilómetro y kilogramo transportado que bien podrían llevarnos a la fría y calculada decisión de adquirir un Renault Kangoo para todo… pero eso no sucede ¿a que no?
Mi conclusión es que antes de sacar la calculadora habría que valorar y poner en orden nuestras prioridades. Habrá que intentar ponderar adecuadamente si el lujo de conducir un eléctrico es algo por lo que estemos dispuestos a pagar un extra, sacrificando autonomía y la posibilidad de repostar en cualquier momento.
Los sacrificios importantes y las ventajas tendrá que valorarlas cada cual, pero es en esos términos en los que tomaremos, probablemente, la decisión correcta.
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