Algunos dirían que es un verdadero sacrilegio. Otros, como yo, opinamos que es una genial locura de la que no se debe abusar. El Mazda MX-5 es un maravilloso deportivo de bolsillo. Un coche ante cuyos encantos he caído rendido tras probarlo durante apenas una semana. Qué semana aquella. Con todo, algunos somos un poco macarras y siempre queremos más, aunque sus 160 CV del Mazda MX-5 2.0 sean más que suficientes. En Flyin’ Miata querían mucho más. Querían 525 CV, procedentes de un enorme motor V8 americano.
Concretamente un LS3, un V8 de 6,2 litros de origen General Motors, el mismo que mueve a los Corvette C6 y otros musculosos vehículos del fabricante de Detroit. Un motor «impuro», con dos válvulas por cilindros y pocos refinamientos. Pero con toneladas de par y un carácter sin igual. Con cuatro retoques mecánicos, el motor pasa a desarrollar 525 CV, y transplantado en el vano motor del Mazda MX-5 – no sin dificultad – ofrece unas prestaciones impresionantes. La viva definición de la expresión «matar moscas a cañonazos».
No extraña que haga el 0 a 100 km/h en menos de 4 segundos, o queme rueda en tercera, con un reparto de pesos casi perfecto. Aunque todo su tren de rodaje ha sido reforzado y actualizado, no conviene olvidar que este roadster de menos de cuatro metros tiene una relación peso-potencia mejor que algunos Ferrari. Su corta batalla exacerba su carácter nervioso, y su enorme V8 altera su carácter al completo. Es una maravillosa combinación para unos, herética para otros. A mí, me encanta.
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